El Guardián: Capítulo XX

 

Q uérido hijo: Escúchame bien, esta carta sólo tiene tres objetivos, decirte que te quiero, decirte que me han asesinado -te ordeno que seas fuerte- y, la más importante, procurar salvar tu vida que está en peligro.

Si todo ha salido como estaba previsto y mis arreglos han funcionado, la carta te habrá llegado antes de que la policía te comunique las noticias. En el otro sobre encontrarás muchas más explicaciones, te podré decir tranquila lo que te quiero y tantas cosas que siempre quise y no pude decirte de quien eres, de tu vida anterior a Santander y, sobre todo, de tu padre. Pero ahora no hay tiempo. No la abras. Contiene información que no puedes conocer, si la conoces y te encuentran, todo por lo que la familia ha luchado durante siglos no tendrá sentido. No lo tendrá la muerte de tu padre, no lo tendrá la mía y no lo tendrá la tuya que podrá fin para siempre a algo que quizá nunca debió empezar.

Por desgracia, mi muerte, sólo puede tener un significado: Te han localizado y consideran que te tienen controlado. Sólo así he podido yo a ser un estorbo. No te puedo decir aún quienes son las personas que quieren tenerte con ellos a toda costa ni por qué. No hay tiempo. Tienes que buscar un sitio donde esconderte, donde ni la policía ni ellos puedan encontrarte. No puede ser la casa de un amigo. Tiene que ser la casa de un desconocido, alguien que no puedan asociar contigo porque no hay ninguna relación que pueda haber sido descubierta. Eres lo suficientemente inteligente para apañártelas con una situación así. No llames a la casa para verificar nada… te controlarán la llamada.

No llores. Te he querido –y te quiero- inmensamente. He procurado no hacerte débil, pero creo haber conseguido hacerte sentir el cariño de tu madre.

Cuando estés seguro y a salvo –como cuando te hacías ilocalizable en el jardín de tal forma que podíamos pasar a diez centímetros de tu cabeza o de tus pies sin tener la más mínima sospecha de tu presencia-, espera. El tiempo que sea necesario hasta que puedas convertirte tú en el cazador. Hay quien te ayudará. No los conocerás nunca. La policía no servirá de ayuda, quienes te buscan están demasiado organizados y tienen sus propios contactos en las comisarías… Te lo digo una vez más. No te fíes de la policía.

A nacho se le vinieron de pronto a la cabeza, sin poder evitarlo, las palabras de la puta en la comisaría “no te desahogues ahí dentro”

No abras aun el segundo sobre, -siguió leyendo- no saber y mi muerte te ponen a salvo, de momento.

Un beso inmenso hijo. Te he visto crecer sano y feliz cerca de mí. Es más, de lo que nunca soñé. Se, también, que tienes inteligencia y un talento especial con las personas, para ti se vuelven transparentes de forma rápida. Tu padre también lo tenía, al él no le sirvió, pero todo mi cuerpo, que te ha tenido dentro, me dice que ese talento te puede ayudar a derrotarles. Vive. Y haz lo que tienes que hacer. Pero vive, hijo, no le he tenido nunca miedo a nada, sólo he tenido una debilidad. Tu padre. Y hasta hoy tú. Estaré contigo siempre, no como un fantasma, pero oirás mis opiniones sobre lo que hagas, sabrás la opción que tomaría yo, te habitaré hasta tu último aliento. A eso he dedicado mi vida. Ama. La falta de amor te hace débil. No te importe si no te aman, el amor no tiene que ser correspondido, eso es un mito. Si amas, jamás traiciones lo más bello que puede surgir de ti. Y si encuentras un hombre que te corresponda, -nacho sintió que el corazón se le rompía-, su vida será una aventura permanente. Visita el bosque. Con el amor, es tu fuerza.

Te quise desde el día en que supe que estabas en mí, aún con la cara de tu padre mirándome, nunca cerraba los ojos al hacer el amor, al contrario, la intimidad mayor estaba en la mirada, porque se volvía totalmente transparente y vulnerable. Jamás entenderé hasta el final como pudo pasar lo que pasó. No con alguien como tu padre. Su muerte ha sido el misterio de mi vida.

Tu madre.

 

En el silencio de la habitación se pudo oir a Nacho doblar cuidadosamente el papel azul con un imperceptible olor a lavanda en el que su madre siempre escribía. Los picos de la letra que escribía con tinta negra de la estilográfica que había heredado de su abuelo, subían y bajaban con igual intensidad. Como si todo estuviera conectado, sobre la línea media de sus palabras. A través de la ventana se podían ver los tilos quietos, se levantó, sosteniendo suavemente, con cariño, las dos cartas, y miró a través del cristal. Bajó la los ojos y los cerró en el sobre cerrado -sabía que jamás actuaría en contra de algo que su madre le hubiera ordenado-, volvió a mirar hacia fuera del edificio, hacia una ciudad que parecía muerta. De pronto, una ráfaga de viento agitó los tilos y Nacho se dejó caer al suelo y lloro con el llanto que es hipo, el llanto con el que lloran los niños cuando les falta la leche, o cuando, de pequeño, te pillas la uña con una puerta. Un llanto que no piensa, que no escucha, que no oye, un llanto que viene de una parte de ti que estaba antes de que fueras. El mismo llanto, de la primera bocanada de aire al abandonar el vientre cálido y perfecto al que nunca regresamos.

 

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